viernes, 7 de abril de 2017

Relato: Regreso a la pesadilla

Acompañada por el eco de sus pasos, una figura deambula por una galería que ningún hombre a recorrido desde un tiempo inmemorial, portando en su diestra una titilante lámpara de aceite, que a duras penas consigue despejar la oscuridad que le rodea. Con su mano izquierda sujeta un pequeño péndulo plateado, que a pesar de sus pasos, se mantiene completamente inmóvil, señalando hacia sus pies imperturbable, sin dejar a los eslabones de la cadena el lujo de tintinear con el roce.

A cada paso que da, la luz de la lámpara desvela las viejas inscripciones y grabados que decoran los ruinosos muros, cuya traducción solo está al alcance de muy pocos y que relatan ecos de época de gloria irrecuperable. Si bien el caminante era capaz de comprender su significado, poco interés mostraba en ellos, pues tenía un destino más importante y la urgencia de llegar a él antes de atenciones indeseadas se percatarán de su presencia.
Tras un largo caminar por las amplias galerías, sorteando los escombros que dificultaban el paso, el tintineo de la cadena interrumpió el deambular del caminante. El péndulo cambió bruscamente de dirección hacia el este, volviendo a quedar fijo. La silueta, con un gesto nervioso, apunta en la misma dirección la luz de la llama, desvelando una extraña puerta lisa, sin cerradura o decoración alguna con excepción de unas líneas que dibujaban un patrón simétrico en cada hoja. -Corteza de acero… Maldita sea- dijo el encapuchado a sus adentros al poner su mano sobre ella, conocedor que ningún mecanismo la abriría, no hoy día al menos.

La silueta se mantuvo pensativa durante unos instantes, tentada de regresar por donde había venido y desvelando su rostro a la tenue luz de la llama. Las arrugas de su frente y las bolsas de sus ojos grises sobre un rostro afilado y terso delataban a un hombre envejecido prematuramente. Maldiciendo su suerte de nuevo, el encapuchado volvió a colocar su mano sobre la puerta, susurrando extrañas palabras y rezando para sus adentros de que lo que se disponía a hacer no lo devolviese a la pesadilla.

Reaccionando a las palabras del caminante, las líneas que cruzaban las hojas comenzaron a brillar con un extraño tono azulado, completando el patrón y desvelando la forma de dos ojos abiertos. Luego las hojas se abrieron, deslizándose ruidosamente al interior del muro y encajando perfectamente en él, con un último golpe que resonó por toda la galería. Durante unos instantes, el silencio regresó, dejando paralizado por la expectación al caminante, pero para su terror, un extraño murmullo comenzó a extenderse por todo el subterráneo. El caminante maldijo una vez más y atravesó la puerta a la carrera.

Los pulmones le ardían, sus piernas flaqueaban, el caminante llevaba corriendo durante lo que le parecieron horas, siguiendo las indicaciones del péndulo y perseguido por el incesante murmullo que aumentaba su fuerza segundo a segundo, revelando un sonido tan antinatural que por fuerza había de provenir del propio infierno. Luchando para no ceder al miedo, el caminante despejó de su mente todo recuerdo de la pesadilla y se concentró en su misión, pero tanto su carrera como sus cavilaciones se vieron interrumpidas abruptamente cuando cayó dolorosamente al suelo, con sus pies atrapados por un extraño zarcillo azulado que crecía desde las gritas del suelo. El caminante trató de sacar la daga de su cinto para cortar el extraño apéndice, pero tres zarcillos surgieron de los muros, atrapando la mano del caminante antes de que pudiese alcanzar el arma. Luchando por no ceder ante el pánico, el intruso se concentró en controlar su agitada respiración, centrando su mente en la daga mientras entonaba unas frases rítmicas. Cumpliendo su voluntad, esta salió por si misma de su funda, flotando a su alrededor y cortando los zarcillos sin necesidad de nadie que la empuñe. El caminante se liberó de sus ataduras, pero el murmullo se convirtió en una cacofonía insoportable para cuando pudo retomar el camino.

A medida que seguía corriendo, el entorno a su alrededor se deformaba bajo la luz del farol, las líneas rectas y simétricas que anteriormente delineaban los límites del corredor se desviaban ahora, estrechándolo, empequeñeciéndolo, desviándolo… Los grabados de las paredes ahora dibujaban retorcidos rostros y el propio suelo le traicionaba haciéndole tropezar constantemente con protuberancia de piedra salidas de la nada. La pesadilla regresaba a él y esta vez no lo dejaría escapar. Como gigantescos aguijones retractiles, tres largas estacas de roca surgieron del corredor en dirección al intruso, que pudo esquivar la primera en un acto reflejo, pero que acabo atravesado por las otras dos en un muslo y el hombro, partiéndose a causa del impulso de este. El caminante calló de nuevo al suelo con un golpe sordo y dejando caer más adelante la lámpara, que estalló en llamas al volcarse su contenido en el suelo.

El dolor era insoportable, y el agotamiento oprimió su cuerpo implacablemente, pero ante las llamas de la brea ardiendo, el caminante pudo ver finalmente aquello por lo que se había internado en las profundidades. Delante suya, un extraño objeto palpitante levita sobre un pequeño pedestal, su cambiante forma variaba de cubo a esfera en una caótica sucesión que, sin embargo, se mostraba invariable indistintamente desde que ángulo se le observara, la contradicción en si misma echa materia y una completa anatema para la propia realidad.
No fue coraje, agallas, sentido del deber ni ninguna honorable fuerza lo que le impulsó a ignorar el dolor y levantarse dirigiéndose al objeto. Era el más absoluto miedo lo que le movía. Miedo a la muerte, miedo a lo que le esperaba al otro lado, y miedo ante la furia con la que sería recibido. No tenía tiempo, el origen del ruido que le había perseguido desde que abrió la puerta le estaba dando alcance, el suelo se estremecía, temblando y haciendo vibrar toda la estructura amenazando con derrumbarla. El caminante se aferró al pedestal y comenzó a dibujar un complejo circulo arcano alrededor del objeto con la propia sangre que manaba de sus heridas, cuidando de no tocarlo en lo más mínimo.

Era demasiado tarde para él, la entidad finalmente hizo aparición, brotando de la galería hacia la sala como un torrente amorfo de carne, hueso y extrañas extremidades, idénticas a las que le atraparon momentos antes. La innombrable criatura aplastó al caminante bajo su cuerpo, que se extendió por toda la sala como una alfombra viviente. De ella se elevó una tumoración junto al pedestal, cuya forma cambiaba entre espasmos hasta revelar una figura humanoide, con un rostro sin más rasgos que un único ojo y dos largos brazos huesudos. Al comprender cuales eran las intenciones del intruso, la criatura estalló en furia, y trato desesperadamente de borrar las inscripciones que había dibujado, pero a cada intento de siquiera aproximar sus manos al objeto, estas estallaban ante la proximidad con él. Finalmente, la inscripción se iluminó en un fulgor azul, haciendo desaparecer el objeto.

Bajo la aplastante masa de carne, lo último que sintió el caminante fue la desesperación de la criatura, y si bien esto le hizo sentir algo de alivio, se arrepintió de todo lo que le había traído hasta allí. Un sordo crujido le puso fin a todo, la oscuridad se hizo y el regresaría a la pesadilla. Pero esta vez no sería capaz de regresar.


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