Todavía dolorida por los golpes, Carla
siguió acurrucada en el callejón, oculta bajo los restos calcinados de lo que
hasta hoy era el carro del molinero. El brazo le dolía terriblemente y
comenzaba a tornarse de un color morado oscuro, era evidente que estaba roto,
pero eso lo supo en el mismo instante en el que trató de protegerse del
martillo de Edgar, ese espantoso crujido y el dolor insoportable nublaron sus
sentidos, dejando que el pánico tomase control de su cuerpo. Inconscientemente
corrió hacia casa, pidiendo auxilio a gritos mientras trastabillaba entre las
irreconocibles calles de hogar.
Los pasos cesaron, parece que ya se
marcharon y no han conseguido encontrarla, quiso llorar, gritar hasta desgarrar
su garganta y quedarse en el suelo hasta que llegase ayuda, pero tenía que
ponerse en marcha y llegar a casa antes de que la encuentren. No podía confiar
en que los milicianos estuviesen cerca otra vez para ayudarla… o que no traten
de matarla tan pronto la vean. “Solo unos
pasos, Carla, padre y madre están en casa…”, Mustió la muchacha intentando
ignorar el dolor, pero era imposible, tan pronto salió del callejón, una
bocanada de humo que inundaba la aldea la hizo toser violentamente, con el
espasmo, el brazo, el pecho y los hombros estallaron en dolor como si estuviese
otra vez bajo la turba. Carla no pudo reprimir el llanto, pero sacó las
suficientes fuerzas para poder seguir adelante.
Al llegar al final de la calle pudo
ver una silueta familiar entre el humo. Un hombre corpulento, vestido con ropas
humildes y una descuidada barba canosa, miraba a la nada mientras sujetaba una
antorcha en su diestra. “¡PADRE!”, ¡PADRE, ESTOY AQUÍ!, Gritó la muchacha
con la voz quebrada. La silueta se volvió hacia ella y, tras vacilar un
momento, se dirigió hacia ella con andares torpes y desgarbados. El alivió que
Carla sintió al ver a su padre se convirtió en consternación una vez se acercó
lo suficiente, pues el humo ya no ocultaba la desquiciada expresión del rostro
del ensangrentado carpintero, con los ojos llenos de lágrimas y su boca
deformada en la sonrisa de un demente, estallando en una risa histérica cuando
reconoció el rostro de su hija.
Es uno de ellos.
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