jueves, 10 de agosto de 2017

Relato corto.

Todavía dolorida por los golpes, Carla siguió acurrucada en el callejón, oculta bajo los restos calcinados de lo que hasta hoy era el carro del molinero. El brazo le dolía terriblemente y comenzaba a tornarse de un color morado oscuro, era evidente que estaba roto, pero eso lo supo en el mismo instante en el que trató de protegerse del martillo de Edgar, ese espantoso crujido y el dolor insoportable nublaron sus sentidos, dejando que el pánico tomase control de su cuerpo. Inconscientemente corrió hacia casa, pidiendo auxilio a gritos mientras trastabillaba entre las irreconocibles calles de hogar.
Los pasos cesaron, parece que ya se marcharon y no han conseguido encontrarla, quiso llorar, gritar hasta desgarrar su garganta y quedarse en el suelo hasta que llegase ayuda, pero tenía que ponerse en marcha y llegar a casa antes de que la encuentren. No podía confiar en que los milicianos estuviesen cerca otra vez para ayudarla… o que no traten de matarla tan pronto la vean. “Solo unos pasos, Carla, padre y madre están en casa…”, Mustió la muchacha intentando ignorar el dolor, pero era imposible, tan pronto salió del callejón, una bocanada de humo que inundaba la aldea la hizo toser violentamente, con el espasmo, el brazo, el pecho y los hombros estallaron en dolor como si estuviese otra vez bajo la turba. Carla no pudo reprimir el llanto, pero sacó las suficientes fuerzas para poder seguir adelante.
Al llegar al final de la calle pudo ver una silueta familiar entre el humo. Un hombre corpulento, vestido con ropas humildes y una descuidada barba canosa, miraba a la nada mientras sujetaba una antorcha en su diestra. “¡PADRE!”, ¡PADRE, ESTOY AQUÍ!, Gritó la muchacha con la voz quebrada. La silueta se volvió hacia ella y, tras vacilar un momento, se dirigió hacia ella con andares torpes y desgarbados. El alivió que Carla sintió al ver a su padre se convirtió en consternación una vez se acercó lo suficiente, pues el humo ya no ocultaba la desquiciada expresión del rostro del ensangrentado carpintero, con los ojos llenos de lágrimas y su boca deformada en la sonrisa de un demente, estallando en una risa histérica cuando reconoció el rostro de su hija.

Es uno de ellos.

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